martes, 21 de abril de 2009

algo

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DE LA VIDA LÍQUIDA, EL NOMADISMO Y LO SEXUAL-MORTAL DE ESE MOVIMIENTO

Y Gandhi dijo una vez: ¿La civilización Occidental? Bueno, sería una excelente idea…

Coloco un ejemplo un poco trivial pero necesario, antes de presentar los tres puntos de vista acerca de lo Líquido de ésta Sociedad de Consumo, que es a lo que soslayamente éste artículo alude: Arnold Schwarzenegger (quise dejar en paz a Britney Spears) es una prueba fidedigna de la Sociedad de Consumo: emigrado austríaco y oscuro halterófilo atiborrado de anabolizantes que acaba emparentado con los Kennedy y gobernador del estado más rico de los EE.UU, una nación de migrantes… Del ejemplo tres cosas: la migración, el goce consumista del cuerpo, y el éxito en pos de la perpetuidad. Pero dejemos eso allí (no lo olvidemos so pena de volvernos solubles) y vayamos al libro “Vida Líquida”.

Cuando Zygmunt Bauman anuncia: “La sociedad moderna líquida es aquella en que las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas de actuar se consoliden en unos hábitos y en unas rutinas determinadas”, aunque inteligente, no dice nada nuevo, es más, ¡dice más de lo mismo! Cabe revisar esto un poco:

Ya van algo más de tres generaciones formadas y educadas en la Sociedad del Consumo. Mientras tanto, cada cierto tiempo aparece entre nosotros, simples mortales, algún iluminado que con algo de perspicacia, de elocuencia, fustigador o no (avispado diríamos por acá) acaba por dar cuenta de lo que pasa, rotula magistralmente la situación, y vende muchos libros. ¿Es lo líquido tan elocuente que explicaría la fama de Bauman, este emigrado polaco, de pedestal judío, y postura de desengañado socialista que no se terminó de acomodar a la capitalista Inglaterra?... bueno, eso podría ser tema para otro “artículo”. Sigamos con éste (no le desechemos tan pronto).

Eso, <> no es cosa nueva…
Intentaré argumentar-abordar esto, como dije antes desde tres puntos de vista, para darle algo de solidez a lo aquí escrito, y aunque puedan parecer discordantes, creo que he encontrado elementos coincidentes entre ellos y la manera más redonda de exponerlos: por el un lado el Nomadismo como ‘migración consumista’; por el otro lo Sexual expresado en la perpetuidad y en ‘el goce’; y, solidario e íntimo del anterior un tercero: ‘la muerte’.

EL NOMADISMO
Sobre los actores de ésta modernidad líquida Bauman dice: “son personas que se sienten como en casa en muchos sitios, pero en ninguno en particular. Son tan ligeras, ágiles y volátiles como el comercio y las finanzas cada vez más globalizadas que las ayudaron a nacer y que sostienen su existencia nómada”.

Inmediatamente al leer eso me he preguntado: ¿Es que persistió el nomadismo epipaleolítico? ¡Pues podría ser que sí! Y encuentro, si se quiere, evidencias antropológicas de esto en la migración: El hombre desde que levantó la nariz del suelo ha visto más allá, y se ha movido. Desde que salimos de África, rumbo a Asia y de allí a Europa, al tiempo que a América, migrar ha estado en nuestra naturaleza, ha sido parte de nuestra forma de vida. Y no acabó, como veremos, en el Neolítico.

Pero esa migración no ha sido gratuita, no, tenía (y tiene) un fin: la supervivencia. El señor Bauman lo dice sin decir: “Alisado hasta formar un presente perpetuo y dominado por la preocupación por la supervivencia y la gratificación (se necesita gratificación para seguir viviendo y se necesita sobrevivir para obtener más gratificación), el mundo que habitan los lumpenproletarios espirituales no deja margen para preocuparse por ninguna otra cosa que por lo que pueda ser consumido y disfrutado en el acto: Aquí y Ahora”.

Cazadores-Recolectores
Hace mucho más de 20 000 años migrábamos para sobrevivir, persiguiendo a las manadas de lo que podíamos matar, observando los árboles-arbustos de vez en cuando para comernos sus frutos, consumiendo y arrasando lo que encontrábamos a nuestro paso (más o menos como ahora, con los supermercados y todo eso).

Pero el asunto tomó un cariz diferente cuando uno, cualquiera, (quizás un Bauman cavernícola) se encontró, al dar vueltas por su mundo, perdido y devuelto sobre sus pasos, con que donde habían comido, quedaron semillas y habían crecido nuevos árboles-arbustos, y, que algunos de los críos de los animales que mataban les habían seguido (tomándoles probablemente como padres, ¡ja!), y así se toparon con la agricultura y la ganadería. ¡Neolítico bienvenido!

No pretendo dar una clase de historia, apenas y recuerdo las lecciones de la escuela, pero por allí va la cosa (¿Va? ¿A donde? ¿Otra vez el movimiento? Ya me mareé). Bueno, como sea, el hombre se halló cara a cara con la Sociedad de Producción, muchísimos siglos antes de la Revolución Industrial signada por los historiadores, mucho antes, no a gran escala claro, ya que los torpes movimientos de aquel entonces, y lo efímero de la vida, no permitían tener una cosmovisión de ello.

Este hombre (Ahora un Bauman que tomaba leche y consumía guisantes) necesitó de números para contar sus ovejas, o sus camellos, o sus cultivos. Empezó a simbolizar. Se desarrolló su imaginación y empezó a enterrar a sus muertos (algunas veces el difunto era el mismo papá de Bauman, a quien había ‘petateado’ por tomar su poder y a su mujer). A la postre, algunos años después, surgió la escritura. Ahora sí, a dar cuenta de todo.

Desde allí hasta cerca del 1800 la cosa se agilizó un tanto, no mucho, recordemos a los caballos y su lento desplazamiento, que daban tiempo a pensar durante el viaje (a diferencia de los trenes “bala” en los que supongo que lo único que se alcanza a pensar es: ‘¡¿a qué hora me bajo de esta máquina endiablada?!). Lo que pasó durante ese periodo sabemos como ocurrió: Los Mesopotámicos y sus leyes, el bronce y el mar Egeo, La agricultura técnica en América, Roma y su Senado, Los “vomitoriums”, la Dinastía Xin, el Cristo Semítico, el Imperio Romano Germánico, Constantino poseído por la cruz, Atila el conquistador, El islam y el Yihad, La Guerra Santa y las Cruzadas, El Oscurantismo y su Inquisición, La Papisa, Cristóbal Colón extraviado, Las Colonias, El Renacimiento. Guerras y Conquistas por doquier. No vale la pena decir más…

Las motivaciones ocultas
Ahora sí, en el siglo XIX con la Revolución Industrial la cosa se puso color de hormiga. El hombre se vio casi completamente estancado, en una comunidad, atado a las máquinas de producción. Debía producir o morir. Este hombre tuvo que acomodarse y acoplarse al orden constituido, debía posponer, o mejor, entregar sus deseos a la sociedad, ser sujeto a la sociedad para vivir salvaguardado en ella. Pero había en él (en el Bauman industrial), un impulso que se resistía a ceder terreno. Tomó el pasaje de la ciencia.

El camino de la tecnología ha sido pues, el salvoconducto para el hombre y su compulsión por el movimiento. Con éste ya no tiene que movilizarse, para moverse. Es decir, puede moverse sin movilizarse. Hemos inventado una serie de aparatos que nos lo faciliten todo. ¿Quieres recorrer tu país? ¿A cuánto corre tu automóvil? Todos marcan más de 160 Km/h hoy en día. ¿Más velocidad? Toma el tren (¡Oh no, el terrible tren bala otra vez!). ¿Quieres estar en la China o en Montreal en unas pocas horas? Pues, ¡toma un avión!... si es Concorde mejor… ¿Qué el Concorde es muy peligroso, que aún tenemos un cuerpo humano sujeto a leyes físicas, y que ya no se permite? ¡Qué importa, te llevamos a donde quieras a través de la Internet! ¡Videos conferencias! ¡Geishas! ¡Deportes! ¡Reality Shows! ¡Conversaciones con el Papa!... creerás que piensas y conoces… sentirás que vives… ¡Sentirás que sientes!

Y mientras tanto el “El Homo Eligens”, como lo llama Bauman, sigue moviéndose, y seguirá haciéndolo. Pero en ese movimiento se pueden encontrar más allá de las motivaciones demográficas, sociales, políticas, de poder, económicas o lo que fuera que conforme esa máscara de propósitos, unas intenciones que no necesariamente están fuera de él. ¿Qué busca el hombre con la migración? Parece difícil saberlo, hacia fuera de él sólo está el mundo, planeta-tierra, ya recorrido casi en su totalidad, ya conquistado, casi en su totalidad.

He aquí donde fortalezco mi idea sobre la necesidad que parece tener el hombre de moverse, de no quedarse: Ahora miramos hacia el espacio. Hacia otros mundos (donde de seguro nos encontraremos con cucarachas como las de Kafka), donde, y aunque nos cueste, llegaremos; más no encontraremos lo que buscamos. Nunca encontraremos lo que nos falta (aquí ya me volé, definitivamente… ya llevaba algunos cigarrillos encima).

¿La migración obligada?
Pero sigamos echando una mirada introspectiva hacia ‘los adentros’ de ese hombre. ¿Qué es lo que le motiva a moverse? ¿Identidad, como parecería sugerir, sin darse cuenta, el señor Bauman? No lo sabemos aún, pero no está de más echar un vistazo: “Andrzej Szahaj, uno de los más perspicaces analistas de las tremendamente desiguales probabilidades de los actuales juegos identitarios, ha llegado incluso a sugerir que la decisión de abandonar la comunidad a la que se pertenece es, en la inmensa mayoría de casos, sencillamente inimaginable. Recuerda también a los incrédulos lectores occidentales que, en el pasado remoto de Europa, en la antigua Grecia, el exilio de la polis de pertenencia estaba considerado como el castigo final (capital incluso). Los antiguos al menos, eran más serenos y preferían la conversación directa. Pero a los millones de , apátridas, refugiados, exiliados y peticionarios de asilo o de comida de nuestros tiempos (dos milenios más tarde), no les costaría mucho reconocerse a sí mismos en esa clase de conversaciones”. Esto sometido a los términos contextuales de Identidad, en la Aldea Global, aunque teóricamente correcto, ya simplemente no funciona.

¿Nos hemos dado cuenta acaso de que le llamamos Aldea Global? No casa, ni refugio, o firme castillo con muros de piedra, sino ¡Aldea!... Aldea con carpas como viviendas, que podemos movilizar a donde queramos, como Siúx’s o Cheerokes levantando las tiendas para continuar persiguiendo a los búfalos, para continuar moviéndonos. Claro, que por acá en el ámbito de los países llamados tercer-mundistas estamos como lejos de esos fenómenos globales, pero ya nos están llegando, poco a poco. A través de la Aculturación, la Transculturación, y de los desgraciados de los economistas, que miran al mundo como un bazar árabe o peor aún como un vulgar mercadillo.

Sentido de pertenencia
Te echo de menos.

El reciclaje de la identidad
Bauman habla de esto con mucha certeza. Por mi parte, hace unos días vi a unos ‘gringos’ ‘youngers’ pintados y vestidos como un indígena Tsáchila ecuatoriano, en una celebración indígena Tsáchila, con una multitud de indígenas Tsáchilas, donde definitivamente pasaron desapercibidos… ¡ja! ¿Nadie notó que eran ‘gringos’? ¡Que va…! Bueno, ese es un mal ejemplo para explicar como funciona la cosa. Actualmente se piensa, que la identidad de cualquiera de los nuevos ‘individuos’ de esta generación será como la de un Frankenstein, que toma las partes de los cuerpos de su entorno inmediato (de las personalidades de moda o de las celebridades del momento, de cualquier parte del mundo), y los hacen suyos.

Pero esa identidad es tan efímera, tan desechable, que realmente jamás se alcanza una identidad: “Los objetos de consumo tienen una limitada esperanza de vida útil y, en cuanto sobrepasan ese límite, dejan de ser aptos para el consumo”. “A ambos extremos de la jerarquía, las personas se ven acuciadas por el problema de la identidad”. “En la sociedad de los consumidores, nadie puede eludir ser un objeto de consumo”, por citar tres frases de Bauman.

Somos por el otro
¡Ah la cultura y su malestar…! En esto Bauman es punzante como espina envenenada lanzada desde una cerbatana (sin saber, creo yo, a qué le está dando): “el descontento de las culturas contemporáneas pasa por la falta de Identidad. El yoga, el budismo, el zen, la contemplación, Mao” (los libros de auto superación, el kamasutra),… “mediáticos remedios para robustecer así las decaídas ganas de deseo”, no diferentes de los antidepresivos, ansiolíticos, neurolépticos, y los neurodislépticos o hasta el viagra, que prometen nuevas formas de gozar.

Se busca identidad, o se busca algo, alguien, una causa, algo que nos unifique: Surgen por todas partes organizaciones colectivas en torno a diversas consignas: ecologistas, motociclistas, diabéticos, gays, alpinistas, bailarines, intelectuales, rockeros, filósofos postmodernistas, fans, feministas, hippies, psicoanalistas, políticos, hinchas de tal o cual equipo… etc, cualquier cosa que nos confiera una identidad, al menos temporal.

Bauman nos regala esta divertida introducción en uno de sus capítulos: “Brian, el protagonista epónimo de la película de los Monty Python, enfurecido por haber sido proclamado el Mesías y verse obligado a ir acompañado a todas partes por una horda de adoradores, se esforzaba al máximo (aunque en vano) por convencer a sus seguidores de que dejaran de comportarse como un rebaño de ovejas y se dispersaran. <<¡Sois individuos!>>, les gritaba, <<¡Somos individuos!>>, respondía obediente y al unísono el coro de devotos. Sólo una vocecilla solitaria objetó: <>. Brian probó otro argumento. <<¡Tenéis que ser diferentes!>>, voceó. <<¡Sí, somos diferentes!>>, asintió embelesado el coro. De nuevo, una única voz objetó: <>. Al oírla, la muchedumbre miró enojada a su alrededor, dispuesta a linchar al discordante, pero incapaz de distinguirlo entre aquella masa de imitaciones humanas”.

Hacia el porqué
Bueno pero hasta aquí no hemos llegado al meollo del asunto, me he distraído un poco con eso de la identidad, más no en vano, puesto que nos acerca a lo que estoy tratando de hipotetizar ¿Qué es lo que motiva al hombre hacia el movimiento? No parece ser la identidad, ya que lo que la falta de identidad nos anuncia, es la falta de “Referentes Identitarios” en la cultura; sí, pero es la consecuencia de algo más, no es la causa. Bueno, dejemos eso ahí y sigamos con lo del movimiento, pues al fin de cuentas y a mi entender, existimos por el otro, y nuestros semejantes y nosotros mismos nos seguimos moviendo, a la sazón no debería faltar relación especular. Entonces: ¿qué es para el hombre el movimiento? ¿Qué es esa palabra “movimiento”? (tenemos que ir a la palabra, para variar).

No, mejor no nos metamos con el DRAE: ‘movēre’ es acción o provocar acción, y punto. Entonces se debe asumir que hay algo que nos impulsa a movernos, algo, una ‘cosa’ que permanece latiendo siempre. ¿Dónde? ¿Fuera de nosotros? ¡No! Al menos ya hemos perdido miles de años tratando de encontrarlo. No está afuera, le daríamos la vuelta al mundo millones de veces, con todo e Internet incluido y no le encontraríamos. ¿Está dentro de nosotros?... Si, tan adentro que nos pasa desapercibido y nos sobrevive, generación tras generación.

Eso da pie a la sospecha de que hay algo que nos impele a movernos, que nos impulsa a sobrevivir, que nos lleva en la búsqueda de la causa de nuestro deseo (y, voy a decirlo desde ahora, que en el trasfondo nos lleva a morir, aunque suene contradictorio). El segundo punto de vista.

LO SEXUAL
Bien podríamos desear quedarnos en la paz de la nada, en la no-existencia, en el no-ser. Pero nuestra naturaleza sexuada nos lleva hacia la reproducción para perpetuar la especie. Para seguir moviéndonos. Dicho de esa forma, esto me recuerda el caso de los niños, seres entendidos en verdad (y que no necesitan de la razón), a los que se les pide desde muy pequeños, ya que suelen andar siempre en constante movimiento, que se queden quietos. Pero ellos sabiamente no lo hacen, se mueven. Entonces les llamamos hiperactivos o algo así de trágico.

No se quieren quedar quietos, no quieren inmovilizarse. Quizá porque algunos ya habrán observado en otros seres vivos que cuando mueren se quedan inmóviles, rígidos, duros y fríos. ¿Es para ellos inmovilizarse igual a morir? Ellos no quieren inmovilizarse, no quieren morir. Traen dentro de sí una energía que les desborda y les empuja el movimiento (que por cierto les provoca placer). Hay de eso prueba en un juego que se les permite: el ‘cogido’, ‘quemado’, ‘ponchado’ o ‘enfriado’, llamado según el contexto en el que nos encontremos. En éste juego, el niño que es alcanzado debe quedarse inmóvil, hasta que llegue otro que le saque de ese estado y le permita seguir jugando-moviéndose (se parece al béisbol). Ellos juegan interactuando risueñamente lo que les ha de tocar jugar en serio cuando ya están grandes.

Estoy diciendo que parece ser que buscamos la “perpetuidad”, la existencia eterna, o algo así de utópico dada nuestra condición mortal: “La vida en una sociedad moderna líquida no puede detenerse. Hay que modernizarse (…) o morir”. También: “(…) la vida moderna líquida es una versión siniestra de un juego de las sillas que se juega en serio. Y el premio real que hay en juego en esta carrera es el ser rescatados (temporalmente) de la exclusión” citando a Bauman.

Se trata entonces de salvarse, no de la muerte solamente. Ella, la muerte, está re-significada: se trata de ser considerados para la vida, de no quedar a un lado. De ser considerados sujetos aptos, competentes y capaces de continuar. Queremos vivir, movernos. Bauman lo expresa así: “El truco consiste en comprimir la eternidad para que pueda caber, entera, en el espacio temporal (o ‘atemporal’ diría un amigo con tendencia hacia la física cuántica) de una vida individual”. Así que vivimos más rápido.

Bauman dice: “En un mundo pretérito en el que el tiempo se movía con mucha mayor lentitud y se resistía a la aceleración., las personas intentaban salvar la angustiosa distancia existente entre la pobreza de una vida breve y mortal y la riqueza infinita del universo eterno mediante la esperanza de reencarnación o de resurrección”. En la actualidad, lo que pase en ‘el más allá’ interesa a la mayoría poco o nada, quizá por lo incierto. Las grandes masas prefieren ahora vivir todo más a prisa, probar todo, no perder tiempo en consideraciones innecesarias y en ejercicios intelectuales ociosos y petulantes.

La sociedad de la vergüenza
Estar ‘in’ o ser ‘chic’, para no ser excluido, es la norma. Del libro textualmente: “Para librarnos del bochorno de quedarnos rezagados, de cargar con algo con lo que nadie más querría verse, de que nos sorprendan desprevenidos, de perder el tren del progreso en lugar de subirnos a él, debemos recordar que la naturaleza de las cosas nos pide vigilancia, no lealtad”…: “¿se avergüenza de su móvil? ¿Tiene un teléfono tan antiguo que le incomoda responder una llamada en público? ¡Actualícese con uno del que pueda presumir!”

“En esa sociedad (la del consumo), nada puede declararse exento de la norma universal de la y nada puede permitirse perdurar más de lo debido”. Esa necesidad de movimiento apremiante nos genera angustia y estrés. No es gratuito. En esto que dice Bauman, las empresas tienen el papel preponderante. Qué se les oye decir a los grandes empresarios y a sus equipos de asesores, motivadores y psicólogos industriales: “¡Hay que cambiar!” “¡El cambio es lo único permanente!”, “¡Empresa que no innova, quiebra, muere!”. “¡Debes renovarte para ser competente!”, ¿quien se ha llevado mi queso?... ¿la culpa es de la vaca?... Cualquier payaso con corbata vende “ideas innovadoras”, ideas de consumo.

En este esquema del “Consumo”, es cuando más toca estar atentos y escuchar lo que la Sociedad tiene que decir. Escuchar-leer su discurso, un discurso que poco a poco ha ido cambiando. Un eminente discurso social que ya lleva algún tiempo entre nosotros, que ya no se trata del Discurso Capitalista (que todavía es poderoso), y su esclavitud latente. Se trata de una nueva forma totalitaria que ha recibido la posta del Capitalismo: El discurso de los Mercados.

Este Discurso de los Mercados que se nos presenta como ley, una ley por la que no hemos votado, una que tampoco es ley natural. Es una ley creada a partir de nosotros sin darnos cuenta y ante la que permanecemos pasivos pues sentimos que nada podemos hacer. En esta ley el ‘agente Principal’ no es un empresario, como en el capitalismo, al que podemos reclamar o hacerle huelga, el agente no es el Estado, o el presidente de cualquier país, que solo es un romántico recuerdo del modelo anterior, así como lo es la reina Isabel de Inglaterra, del discurso del Amo Feudal.

En las palabras de Néstor Braunstein: “En este nuevo orden constituido, el agente del discurso no tiene rostro, la voz cantante es la de los movimientos masivos de flujos de capital que se transmiten por vías tecnocientíficas, telekinéticas, que van programando la vida de los seres humanos, de sus maneras de vivir, de sus hábitos, de sus maneras de vestir, de comer, en última instancia, de sus maneras de vivir la relación con el cuerpo como cuerpo, es decir, de sus maneras de gozar”.

De éste modo, el sujeto es siempre incitado a obedecer consignas que provienen de una especie de red global, de una manera de organización corporativa transnacional, mundial (que hace lucir a la ONU y a sus banderitas como regalo de feria). Ya no se trata de un empresario. Ellos los empresarios obedecen también al discurso de los mercados no pueden hacer otra cosa, y si le reclamas derechos laborales, y si les hace sindicato, dicen: muy bien, me traslado con mis capitales a otra parte.

Flujos, bombardeo publicitario y libertinaje
El Discurso de los Mercados no tiene representantes naturales, se trata de flujos de capital, cantidades impersonales, anónimas que se ubican aquí y allá de modo ambulante, al compás caprichoso de la globalización, de la Aldea Global. Como dice Braunstein: “Este discurso ya no nos conmina a producir solamente, nos grita que consumamos, que gocemos, que nos permitamos la libre ejecución de nuestros impulsos inmediatos (¿nuestros?); y de rehuir los compromisos sociales, religiosos, políticos, amorosos, familiares, a los que acusa de limitar la ‘libertad’ de quienes los asumen”.

Pero, si se quiere afortunadamente, esa cultura que hemos citado, más allá de lo pretencioso de la globalización, no es única, ni monolítica. Existen subculturas, hay conflicto entre ellas, hay presiones normalizadoras y hay posibilidades de desarrollo diferenciado. ¿A quien culpamos? Nosotros los sujetos, los Mass Media, los merecadotecnistas y publicistas, la tendencia a darle más importancia a la imagen que a lo hablado, la creación de estereotipos colectivos, la política exterior versus la despolitización masiva, la moda y sus íconos, las celebridades, el desarraigo, las empresas y la búsqueda de mantener los deseos insatisfechos, la educación y sus propuestas de construir conceptualizaciones relativas y sucedáneas a cada quien.

Bueno sobre ésto último, se debe decir que la Universidad colabora con lo suyo: Títulos de tercer nivel. Diplomados. Diplomados más grandes (estos cuestan más por supuesto). Maestrías al cantar el gallo, dependiendo de cuánto grano le tires.... cuarto nivel: Doctorados, pequeños y grandes. ¿PhD’s? ¿Philosophiæ Doctor? (¿Filosofía? de seguro los libros tienen todas las páginas en blanco). ¿Educación por créditos y competencias?, suena a carrera de caballos y a oscuros tratos con la superintendencia de bancos o el FMI… Ah, y los temas: Gestión empresarial, Gestión educativa; Gestión de salud. El primer módulo es: “¡Aprenda a saludar eficazmente y gestiónese clientes!”.

Bueno ya me ensañé bastante. Volviendo a la idea que quiero denotar, en todas estas manifestaciones sociales, externas, que nos invitan a no rezagarnos, a no quedarnos obsoletos, hay una base oculta que compete a cada individuo, a su realidad interna. Es ‘simplemente’ ésta: debemos estar en el grupo de los considerados, de los elegidos, de los más aptos, para perpetuarnos, para sobrevivir, para reproducir la especie. Y este camino es sexual (pues hay que moverse-mostrarse), muy en el trasfondo, pero a su vez matizado por las manifestaciones yoicas en respuesta a los eventos de realidad externa.

Así, utilizando una analogía deportiva: para estar en el grupo de los once que entran a la cancha, pues hay que correr rápido y ser mejor que los demás, luego observar cómo se mueve el otro, anticiparnos a sus jugadas, estar en permanente movimiento, para al final del juego ser declarados los mejores, goleadores, ‘pichichis’ o lo que sea. Para destacarnos. Lucir nuestras crestas, como los gallos, y ser llamativos para la reproducción. Todas las especies lo hacen, ¿qué nos hizo pensar que nosotros no? Si bien, el hecho de que nosotros disfracemos nuestras más básicas motivaciones con la parafernalia del juego histérico social, es apenas una diferencia de forma. Es que somos “humanos”.

Eso de “humanos” me hizo recordar algo que al parecer ya estaba listo a dejar de lado, algo importante: El goce. Yo utilicé antes el calificativo: ‘simplemente’, para referirme al placer sexual como motor de la dinámica del mundo interno manifestado exteriormente, entre otras formas, como movimiento, búsqueda de perpetuidad, etc. Pero no es tan simple el asunto, puesto que lo sexual no acaba allí (seríamos felices si así fuera, o al menos tan felices como nuestros condóminos, los animales), sino que hay algo que va más allá de la supervivencia, del juego del deseo y el placer, que nos impulsan al movimiento. Algo que deviene del deseo pero es supra-ordinado a él. Algo que le da paso a la muerte. Esto, que da pie al tercer punto de vista.

LO MORTAL
El deseo del sujeto aparece en el cuerpo y en sus relaciones a modo de síntomas, como diciendo de costado. Pero hay algo más que mueve al sujeto, es decir que el sujeto es movido por algo que va más allá del deseo. Es un impulso que le lleva a la destrucción, a la crueldad consigo mismo y con los otros, a la violencia, a la disolución de toda expectativa de relación armónica entre los países, las ciudades, las familias y los individuos consigo mismos. Eso, polo opuesto del deseo, que lo calla (que no nos envidian ni ‘apenitas’ los animales): El Goce.

Parafraseando al señor Braunstein: estamos orientados a consumir objetos desechables, el goce ya no sólo se sitúa en el cuerpo de otro al que podamos utilizar sin mirar su sufrimiento o explotación, El goce se sitúa ahora en los objetos de consumo, en los “servomecanismos” propuestos como dadores de goce, los que nos van a complacer (como-placer), ¿los placebos?, a los que tenemos que obedecer. Somos el otro de esos objetos.

Del goce el soporte es el cuerpo, e implica una renuncia, la renuncia al deseo por efecto del discurso, Esto es, dejar de decir. Acaso, interpretando a Braunstein: ¿No es la a-dicción, dejar de decir, dejar de manifestar nuestro deseo y ser esclavos de algo que anula nuestra subjetividad? Victimas de la publicidad, consumimos y somos consumidos sin saber lo que se espera de nosotros. Nos volvemos dependientes de los objetos que se nos brindan, somos víctimas del Discurso (ventrílocuo) de los Mercados.

¡Sub-objeto!
“El sujeto aparece así despojado de la consigna que le llevaba a vivir. Despojado de la consigna del Amo, que instauraba un orden, ese que tradicionalmente organizó las sociedades occidentales, despojado de la imagen del capitalista explotador al cual oponerse, en torno a luchas emancipadoras, comunistas o socialistas, despojado de la idea de alcanzar metas” explica Braunstein. Ese sujeto (¿objeto?), ente de todos lados y de ninguno, ya no sabe a dónde ir.

Y debo citar por fuerza algo ya mencionado anteriormente: Sobre los actores de ésta modernidad líquida Bauman dice: “son personas que se sienten como en casa en muchos sitios, pero en ninguno en particular. Son tan ligeras, ágiles y volátiles como el comercio y las finanzas cada vez más globalizadas que las ayudaron a nacer y que sostienen su existencia nómada”. Esta vez ya no pregunto por el hombre epipaleolítico (Bauman cavernícola), ni por el Hombre Agrario o Productivo, sino por el Hombre Angustiado, a-dicto, que ya no puede decir, y que va a todos partes porque no sabe a dónde ir, ni qué hacer, ni qué desear.

La droga a-dicción es el mal del hombre contemporáneo, los trastornos de alimentación, la obesidad y la anorexia la misma cosa, la promiscuidad que hace del amor productor de vacío, decepción, depresión, porque el otro nada pide, porque al otro nada le importa, porque vive muerto en su mundo de objetos que le dan goce. Objetos que transforman a personas en objetos, por el morbo y el sensacionalismo. “Cada quien para sí” dice Braunstein.


Los sujetos borderlines
El goce es gratificación a través del sufrimiento, de sufrir y hacer sufrir. Antes se buscaba el goce a través de la sexualidad con otro cuerpo, cuerpo a cuerpo, así no se puede decir cuál goza. Ahora se sitúa al goce únicamente en el campo individual. Se ubica al significante en el organismo, con estereotipos, con el culto al cuerpo, con cirugías estéticas y todo eso. Se puede observar la díada como siendo ese punto de caída donde todo pasa, donde todo huye. No hay más grande sin más pequeño, ni más viejo sin más joven. Hay un goce perverso, todo caduca.

Bauman afirma: “Les encanta crear, (-yo digo sublimación sexual-) jugar y estar en movimiento”. “Viven en una sociedad de valores volátiles, despreocupadas ante el futuro, egoístas y hedonistas” (…) “Su indolencia no es, en realidad, elegida. La fluidez y la elegancia van unidas a la libertad (para moverse, para elegir, para dejar de ser lo que uno es y para convertirse en lo que uno no es todavía). Las víctimas de la nueva movilidad planetaria no gozan de tal libertad”. Esto se explica por un hecho apenas básico que debemos meditar: ¡Toda elección es forzada!

Elegir libremente requiere de campos no delimitados. Es decir, que desde el momento que se proponen opciones ya no se está eligiendo libremente, se está eligiendo de forma forzada. O este vestido o el de acá. O esta pareja u otra persona. O la sociedad o la vida solitaria ¿Realmente se elige? Es como cuando estamos frente al tv con el control remoto en la mano (¿tenemos el control?) éste nos ofrece un cúmulo de opciones, que se limitan al número de botones que tiene. ¿Realmente elegimos? Quiero decir, ¿Tenemos el control o es el control remoto con sus botones el que nos controla condicionándonos al número limitado de alternativas que nos ofrece?

Esto nos lleva, ya saliéndonos del tema in-significante del control de la tv, consintiendo ese ejemplo como una analogía, para remitirnos a una de las elecciones primitivas más básicas, a saber: el dilema de vivir en sociedad o no. La sociedad exige cada vez más renuncias, renunciar a nuestros deseos, sobre todo con nuestros vínculos primarios, que nos sujetan a la sociedad, y por lo tanto se genera un Mal-estar. Un malestar que sigue con nosotros, que tiene que ver con nuestros semejantes. Que no ha cambiado después de tantos años.

Un malestar que prueba que, aunque hayamos entregado el secreto de nuestros cuerpos a las ciencias médicas y mejorado las condiciones y posibilidades de vida, aún nos sintamos mal, que aún a pesar de las drogas (las drogas que nos callan, que no nos dejan decir) para calmar los “dolores del alma”, la cosa no funcione. Un malestar que aunque hayamos conseguido modificar a la hostil naturaleza, o casi anticiparnos a ella, no nos brinde aún la tranquilidad para ser.

“La anatomía es el destino”
Ya a esta altura, se podría concluir que es la Cultura en contra de la Naturaleza Humana lo que causa ese Mal-estar. Es la cultura que nos exige abandonar nuestros impulsos eróticos en pos de la civilización. La cultura que encadena al deseo (que al fin y al cabo es el deseo del Otro) y deja insubordinado al goce. La cultura y sus requerimientos, que aprisiona lo libidinoso y libera lo mortal de nosotros. Como si tuviéramos un botón de autodestrucción.

Alguien podría decir: . Pues no. Ya van más de setenta y cinco años que se nos reseñó cómo, hace más de 24 siglos uno de los pueblos más altos, culturalmente hablando, le dio paso sin tropiezo a la satisfacción de los impulsos sexuales, de cualquier tipo: La vida perdió sentido, el amor perdió todo valor, su ejercicio se volvió vacío (mas o menos como ahora), e hicieron falta muchos años y la llegada del ascetismo cristiano para rescatarla, para restablecer los valores afectivos indispensables.

Aunque suene chocante en verdad, habría que pensar en la posibilidad de que haya algo en la naturaleza del impulso sexual mismo, desfavorable al logro de la satisfacción plena y la perpetuidad. Es decir, que el impulso sexual es torpe al momento de acercarnos al bienestar. Que cada vez que le requiramos sonará algo, como un ‘ring’ y una vocecita nos avisará: . Ese algo es lo mortal, es el goce, esa tendencia enfermiza a sufrir y a hacer sufrir que parece ser parte de nuestra naturaleza.

Entonces, siempre serían a petición de la cultura, inevitables la renuncia y el padecimiento. Ahora hablando de una cultura de rostro invisible. Que en un lejano futuro (¿lejano?) veamos la extinción del género humano, en manos de su civilización, de su cultura, por distintas vías: las guerras, la indolencia, la no reproducción, o todas al mismo tiempo… es una fuerte posibilidad.

Bauman dice en su libro: “Los objetos, las situaciones y las personas continuarán pasando y desvaneciéndose en la distancia a una velocidad de vértigo; que intenten o no aminorar su marcha no viene al caso”. También dice: “Puede que vivir encamine a los vivos hacia la muerte, pero, en realidad en una sociedad moderna líquida, a esos mismos vivos puede resultarles una posibilidad y una preocupación más inmediata y más agotadora (en energía y esfuerzos) que les encamine al vertedero”. La vida líquida se seguirá alimentando de la insatisfacción.

Hasta aquí lo que puedo decir… Ah, pero me olvidaba de algo, cómo se me iba a pasar por alto. Si bien nuestro impulso sexual parece enviarnos ‘derechito’ hacia la muerte, real o en vida, hay, en esa misma ineptitud del impulso sexual para procurarnos una satisfacción plena tan pronto es sometida a los primeros reclamos de la cultura, una fuente de los más grandiosos logros culturales: La sublimación.

¿O no construimos pirámides, o pintamos exquisitamente, o cantamos lindo en el karaoke, o buscamos crear alguna cosa interesante por allí? ¿No?

Creo que yo también he dicho nada nuevo.


J. Enrique Quiroz Z.